
UN ÚLTIMO PENSAMIENTO ANTES DEL SUEÑO
EL RECUERDO DEL OLVIDO

“Cuando eras pequeña, todo el mundo decía siempre lo traviesa que eras, pero yo no creo que fueras traviesa, sino curiosa. A tu manera, pero curiosa. Recuerdo que a tu hermano y tus primos siempre los poníamos a dar vueltas alrededor de la columna cuando estaban en el andador. Ninguno nunca se separó de la columna, solo tú fuiste la única. Cuando me di cuenta de que no estabas y fui a buscarte, te encontré en la habitación enchufando y desenchufando la lamparita de noche viendo como se encendía y apagaba la bombilla. Quizás tu elección de palabra en muchas ocasiones tampoco ayudaba para que no te describieran de esa manera. Hubo una vez en la que me miraste de repente y me dijiste, “mamá, acuérdate de tapar los enchufes que si no luego voy a meter el lápiz”

“También, siempre fuiste muy cabezona cuando algo se te metía entre ceja y ceja. Normalmente, a todos los niños hay que obligarlos a dejar el chupete de una manera u otra. Con tu hermano, por ejemplo, tuve que coserle hilos negros y finjir que de repente le habían salido bichos. Sin embargo, tú cogiste un día y me diste la chupa diciendo que ya no la querías. Te pregunté si estabas segura y me contestaste “sí mamá, no te la voy a volver a pedir” y así fue, nunca me la volviste a pedir”
EL ARTE COMO CURA A LOS MALES DE LA GUERRA




En una época revolucionada por el avance industrial, la desubicación del ser humano lleva a que muchos conceptos no lleguen a ser comprendidos del todo. Es por ello que muchos soldados de la guerra no comprendían que el desarrollo de las armas suponía el control del espacio y tiempo. Así, muchos asomaban sus cabezas en las trincheras ante la falsa creencia de que podrían ser más rápidos que las balas. Aquellos que recibieron el impacto y sobrevivieron quedaron completamente desfigurados en un momento en el que las operaciones estéticas aún no se habían desarrollado. Será entonces el momento en el que, con escultoras como Anna Coleman, el arte y la vida se mezclen.
Anna Coleman dedicó años de su vida a hacer que otros los ganasen. Personas que se mantenían ocultas ante el miedo a ser confundidos como monstruos recuperaron la confianza para volver a salir al exterior y recuperar sus vidas gracias a las máscaras o prótesis que la escultora creaba como medio de reconstrucción.
Con imágenes previas a las heridas de los soldados e imágenes posteriores, junto con imágenes de la propia Anna Coleman en su estudio, he buscado recrear ese instante de esperanza que los sobrevivientes sentían tras recuperar sus rostros. La esperanza como arte, el arte como la cura a los males de la guerra.